lunes, 8 de octubre de 2012

Triste realidad


Fijo la mirada en algún punto delante de mí. Me niego a revisar mi decisión, me niego a pensar en lo que estoy haciendo, me niego a revivir lo que acabo de hacer.

La carretera se abre insólitamente vacía ante mí. Se extiende a través de kilómetros y kilómetros de planicie. No parece tener fin. El lucero del alba, Venus, en su caprichoso pase por el cielo, se convierte en mi único destino. Me lleno de esa luz, me intento alejar de mi mismo, de mi propio horror.

Mi ropa está desaliñada, tengo la camisa sucia, manchada de un líquido viscoso y denso. Los pantalones están rasgados, con las costuras estiradas, y rotos en el bolsillo derecho. Sobre el asiento del conductor está mi cartera, un teléfono móvil y una carta.

No se porqué me he llevado al carta, dios, no quiero releerla, me ha hecho perder por completo la cabeza. He notado, físicamente, como la ira subía por mi cuerpo, como calentaba mis mejillas y emborronaba mi cabeza, nublando mis pensamientos, tiñéndolos de rojo, de nervio, de furia.

Es que la culpa es de ella, como se le ocurre flirtear de ese modo con ese sucedáneo de hombre, teniéndome a mi cerca. No, no, no pienses en ello, concéntrate en Venus, aléjate de ese momento, de esa casa, de ese caos.

Venus, Venus, VENUS. Venus es una diosa que me genera sentimientos encontrados, bueno por algo es la diosa del amor. Se considera hija de Júpiter y en algunos relatos incluso amante. Es mujer de Marte y desdicha de todo hombre que la conoce… mujeres, como pueden ser tan malas, tan diabólicas y retorcidas, siempre jugando con nosotros, siempre llevándonos al límite de la paciencia, siempre volviéndonos locos… se lo merecía, se lo merecía…



No importa, ya no importa, no, no, NO. La carretera es lo único que me importa, es lo único en lo que quiero concentrarme. Una línea blanca que destaca contra el fondo negro. Ahora es intermitente, dejando espacios equidistantes. Aparece brillante y ligeramente húmeda, como sus ojos, esos ojos negros… como me han gustado siempre sus ojos negros. Grandes ventanas con forjado corazón azabache. Enmarcados por esas pestañas tupidas que le daban vida. Era imposible mirarla a la cara sin ver esos ojazos, sin sentir ese punto resuelto y picarón… malditos ojos, se los he tenido que cerrar, se reían de mí, me intentaban confundir llenándose de lágrimas, que falsas eran esas lágrimas, incluso esa estudiada pose de miedo… no, no me ha engañado, yo se que detrás de esa nube gris estaba todo el descaro que le ha hecho alejarse de mi, todo la lascivia que le ha regalado a él… ¡a ÉL!

Inspira, expira, inspira, expira. No tiene sentido revivirlo, no tiene ya sentido porque no tiene ya solución. Pero se lo merecía, no hay duda, se merecía ser castigada. Ella misma lo sabía, las suplicas eran puro cuento, ella quería se castigada.

En el fondo, lo he hecho por ella, porque se sentía sucia, porque se sentía indigna de seguir con esa mentira. Ella me ha suplicado que la liberara de esta carga, de la carga de la vergüenza, de la carga de la desdicha. Yo la quiero, lo he hecho sólo por ella, para que dejara de sufir, de hacerse daño a si misma… yo la quiero.

Se me va la mirada, no puedo evitar sentir la llamada de ese pedazo de papel que tengo a mi vera, quizá debiera tirarlo, quemarlo, destruirlo para siempre, para que no quede ningún indicio de su error. Si, de acuerdo, aquí en mitad de la nada, ¿dónde mejor para deshacerme de la prueba de su delito?

Freno el coche y al moderar la velocidad, como un golpe, vuelve a mi la escena… veo a Rosa tendida en la alfombra, revivo el golpe de su cabeza contra la mesa del salón. Revivo de forma espectacularmente detallada la mancha roja de sangre que ha quedado en la alfombra, como la capilaridad ha hecho que fuera calando, creando una mancha cada vez más grande, que no perdía la intensidad. Me fascina esa mancha, ese rojo tan intenso, contra el blanco de la alfombra… estaba tan lleno de vida… tan lleno de la vida que a ella se le escapaba…

Salgo presuroso del coche. La discusión vuelve a mí. Leo la carta en mi cabeza, con todas esas insinuaciones veladas, tratándome de idiota, creyendo el muy indecente que no me daría cuenta de lo que hay entre líneas… de que me estaban intentando engañar, que estaban traicionando mi confianza.

Lo peor de todo ha sido que lo negara… si al menos me hubiera pedido perdón, si se hubiera arrepentido… pero es que ha tenido la insolencia de decirme ¡qué no era cierto! De decirme que veía cosas raras en una carta estándar de la oficina del banco. Primero ha puesto su tono mas zalamero y me ha intentado camelar diciéndome que yo soy el hombre de su vida… ¡claro que lo soy! Porque no pienso permitir que sea de nadie más. Diciéndome que era únicamente la carta que le habían mandado con la visa nueva… ¡ja! Yo se que ese mal nacido de la oficina la desea, la desnuda con la mirada cada vez que vamos, ese rastrero y asqueroso mal nacido.

Me alejo apenas unos metros del vehiculo, saco el mechero. No puedo resistir leerla una vez más, leer el origen de todo lo que ha pasado hoy, leer la carta que me ha separado de lo único que quiero en este mundo. Leer como la llama querida, estimada. Leer como la invita a pasarse de nuevo por la oficina “para cualquier duda” como deja por escrito que comparten datos confidenciales, le da ánimos para que disfrute de lo que le ofrece… Esa zorra… como se ha atrevido, con lo que yo la quiero, desde el fondo de mi corazón.

Me atrevo a leer en voz alta… justo antes de quemar la carta y alejarme de nuevo por la carretera, no se a donde voy, pero si se que no quiero volver, la realidad ya no tiene sentido para mí, es sólo un mundo de traiciones y dolor…. Conduciré hasta que se acaben las carreteras y nadie podrá atraparme, ni siquiera el recuerdo de Rosa tendida en la alfombra.

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