lunes, 5 de mayo de 2008

Otro baile de Cenicienta

Son las 3 de la mañana y ando yo despierta intentando decidir si ha sido o no una buena idea esto de seguir al instinto. Un golpe de aire, un momento de lucidez... una idea feliz?? No se como se les llama a este tipo de cosas pero... ¿qué más da? Aquí estoy, rodando en la penumbra del asiento 39 de este incómodo autobús.

Contradigo a lo que nos recomendaba el poeta, y lo que nos cantaba el inigualable Serrat "y al volver al vista atrás, se ve la senda que nunca se debe volver a pisar". Me dirijo a trompicones hacia mi ciudad natal. Vuelvo con la vista puesta en el mar y la sonrisa pintada en la cara. Me espera lo mejor de mi vida, mi familia... pero también me he citado con viejos atardeceres, de aquellos que al salir la luna, no tienes claro si te ha pillado infraganti.

Y cual Cenicienta, pero de las modernas, me monto un baile del que debo huir antes de media noche. Quedo con el que fue mi príncipe azul y me doy cuenta, con el paso de los minutos, que todo mi miedo era infundado. Este baile tiene nuevas reglas, yo hace tiempo que le cambié por mi flamante caballero de blanca armadura y él... él parece que entendió que si ya tenía una princesa rosa no debía jugar a ser el príncipe azul de nadie más. O quizá la que cambié fui yo, y me deje de historias.

¡Cuán injusta soy con este galán! él siempre tuvo la frente muy alta y las cosas muy claras. Siempre anunció las reglas del juego antes del inicio de la partida y, hasta durante la misma, me paró para preguntarme si lo tenía claro, para bien y para mal.

Así que las horas recorren el reloj y nosotros bailamos con una sonrisa en los labios, conscientes de que hemos perdido algo de lo que tuvimos, pero que no todo has sido lapidado por nuestra conciencia ni por nuestra rutina. En ésta, mi versión del cuento, el antiguo príncipe me lleva de vuelta a la estación de autobuses. Mi carroza, que esta vez no ha salido de una calabaza, aun no me espera, pero al príncipe le reclama su princesa, y no hay motivo para hacerla esperar, ya hemos arreglado la parte del mundo que queríamos arreglar.

Así que al final ni la luna, ni las campanadas, ni mi hada madrina nos han pillado a traspiés. Muy al contrario, sonríen al ver que todo ha quedado como debía o incluso mejor. “Escribe ese mail del que hablas, y prometo no decir que es blablabla” quizá suene extraño, pero es el mejor beso de buenas noches que este príncipe me podía dar.

Al otro lado del bosque… a lo que parece una eternidad, me espera mi caballero de blanca armadura, el hombre para el cual, por fin, soy una princesa.

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